Reparto a domicilio

 Relatos Eróticos

Las Travesuras  de Mimí Giustí



La ventajas de estar en tu nueva casa, es que tienes un espacio para ti y tu pareja, lo malo es que cuando empiezas todo es un caos, no tienes nada a la mano para las funciones básicas que son cocinar, bañarte o cambiarte de ropa. Lo principal siempre es la comida; pero como nunca fui muy dedicada a esta parte y mi esposo lo sabía de sobra me pidió que ordenara a domicilio, por Rapi, recuerdo que pedí una comida china, y antes de que llegará el repartidor mi esposo tuvo una llamada de emergencia por lo que me dejó sola esperando al repartidor.

Me pareció una excelente idea, en cuanto llegó con el pedido en la mano, resultó que el repartidor era un joven aproximadamente de unos 28 años, de pectorales grandes y fornidos, su rostro era fino como de un modelo árabe, sus ojos color aceituna y su piel cobriza que hacía buen juego con su mirada. Tenía unos pantalones de mezclilla ajustados que dejaban ver sus glúteos bien formados. Cuando salí a recibirlo estaba en bata, mi favorita era la floreada ya que sólo me la amarraba con una cinta, así que prácticamente mostraba una parte de mis senos redondos y bien duros, ademas de mostrar una parte de mis piernas bien torneadas, para ser más específica de las rodillas hacia abajo.

Mi cabello era negro y chino, estaba muy alborotado en esa ocasión, cuando estuve frente al repartidor para recibir la órden se me ocurrió provocarlo, dejé caer mi monedero y me agaché para recogerlo dejandole ver mis senos al descubierto, al pobre casi se le cae el pedido de lo nervioso que lo puse.

Deslicé mi dedo índice en la comisura inferior de mis labios, y lo miré con una sonrisa, entonces le pregunté si no quería un vaso con agua, de inmediato entendió mi mensaje, en cuanto entró dejó la comida en la entrada de la casa.

No me dio tiempo de quitarme la bata, le toqué su parte bastante erecta, y se limitó a arrinconarme hasta mi sillón, dejándome de espaldas, se bajó el pantalón y me tomó como un potro salvaje deseperado mientras apretaba mis senos.

En cuanto terminó le di su dinero por la comida, nos despedimos con un beso apasionado y salió en su motocicleta de chico rebelde. Con gran golosidad me devoré la comida, pues el único apetito que había satisfecho el repartidor era el del deseo carnal prohibido.

 

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